viernes, 31 de octubre de 2014

Boletín noviembre

Queridos lectores este es nuestro mas reciente trabajo,el boletín mensual que elaboramos en nuestro convento Monte Senario y que con gran alegría compartimos con ustedes en estas I vísperas de la solemnidad de Todos los santos,para mayor comodidad en la lectura también lo encuentran en la parte inferior del blog,bendiciones para todos..

sábado, 25 de octubre de 2014

Beato del día



Ave María....
Beato Juan Ángel Porro
Saludos a todos desde el Convento Monte Senario, hoy en nuestra orden celebramos la memoria obligatoria del Beato Juan Ángel Porro (Sacerdote servita) y queremos compartir con ustedes el testimonio de este hombre que se entregó a la vida religiosa y al insigne desarrollo de su ministerio sacerdotal.

Un Hombre que transparentó 
Cristo con su vida

El Beato Juan Ángel Porro nació en el año 1451 en el ducado de Milán (Italia), con deseos profundos de seguir al Señor e inspirado por la espiritualidad servita  ingresa a la orden en el año 1468 viste el hábito de los Siervos de María, permanece un tiempo en el convento de Santa María en Milán, luego es enviado al convento de la anunciación donde se dedicó a la observancia regular y donde recibió el sagrado ministerio sacerdotal; finalmente  se retira al Monte Senario donde permanece durante veinte años en una vida austera y de contemplación, durante este tiempo reafirma su vida espiritual en su vivencia como ermitaño, convirtiéndose así en un testimonio admirable de entrega a Dios en la vida religiosa. Por designio de los superiores de la orden vuelve al convento de Florencia donde es nombrado maestro de novicios cargo que desempeñaría también de manera ejemplar con sus sabias orientaciones que incluso contenian exhortaciones escritas, es de resaltar, que aun cuando ya no permanecía en Monte Senario, siempre guardo un gran aprecio por la patria de los siervos, la cual seguía frecuentando con el beneplácito de sus hermanos que siempre lo recordaban como un hombre fraterno entregado a Dios, amaba la doctrina cristiana la cual con fervor enseñaba a los niños en las iglesias y por las calles y fue un hombre de gran entrega a nuestra Señora a la cual le tenia una devoción particular que lo llevó a componerle una oración que día a día le rezaba. La hagiografía del beato Juan nos cuenta que pasó los últimos días de su vida en el convento de Milán del cual fue elegido prior en una forma de vida similar a la que llevaba en el Monte Senario, su muerte fue lamentada por los frailes de aquel entonces y por los ciudadanos de la gran Milán donde gozaba también del aprecio de muchas personas por su santidad de vida, fue beatificado por S.S. Clemente XII en al año 1737. Para nuestra orden y para la iglesia fue un testimonio de siempre recordar y muy digno de imitar que nos lleva a reflexionar sobre el sentido de la vida cristiana y la manera como día a día con nuestros pensamientos, palabras y acciones le tributamos al Señor nuestra mas agradable alabanza.
Darlyn Barbosa Arévalo (Prenovicio O.S.M.)

El Beato Juan Ángel enseñando
 doctrina Cristiana a los niños


Imagen antigua del beato 

domingo, 19 de octubre de 2014

Los Santos Servitas

Los santos en la tradición litúrgica y devocional de la Iglesia siempre han ocupado un puesto preeminente, especialmente veneramos con cariño a aquellos hombres y mujeres que con valentía se entregaron a Dios, siguieron los pasos de Cristo y desde este mundo alcanzaron la visión beatifica o contemplativa con el testimonio de sus vidas apoyados fuertemente en el Evangelio y las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, que como madre y maestra acompañó su caminar hacia el Todopoderoso, además de ello también les rendimos un culto especial llamado Dulía y aquí es importante resaltar que la Sma. Virgen María ocupa un puesto especial entre todos los santos, es ella la Reina de todos por ser madre de la segunda persona de la Sma. Trinidad y por su particular colaboración en la salvación y redención del mundo. Nuestra orden por la gracia y voluntad del Señor también ha sido bendecida con estos modelos de vida cristina, los cuales, grosso modo, queremos dar a conocer en este espacio de nuestro blog, ellos sin lugar a dudas nos ayudan mucho en el seguimiento de Cristo y en la búsqueda de la santidad que es la vocación universal de la Iglesia. 
A continuación querido lector usted encontrará en orden cronológico de celebración litúrgica la hagiografía de los doce miembros de nuestra orden que la Santa Madre Iglesia ha elevado  a la gloria de los altares en épocas diversas, cabe resaltar que dicho material es tomado de fuentes confiables y fidedignas entre ellas la página de la O.S.M.

1. Los Siete Santos Fundadores

Los Siete Fundadores Servitas
(17 de febrero)

"Los fundadores de la Orden de los Siervos de María fueron muy unidos durante la vida, siendo sepultados en una misma tumba y -hecho único en la Historia- venerados y canonizados en conjunto"

Plinio María Solimeo


La Edad Media fue, con mucha propiedad, llamada “la dulce primavera de la fe”. Sus magníficas catedrales, auténticos encajes de piedra y de vitrales, aún hoy atraen a turistas de todo el mundo. En su apogeo, vio florecer una pléyade de santos, como Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, que ilustraron para siempre a la Santa Iglesia. Entre los santos medievales, emperadores, reyes, príncipes y grandes señores que anduvieron por la senda de la virtud fueron elevados a la honra de los altares.


La Edad Media tuvo también la inusitada gloria —que muestra cómo la santidad era entonces común— de ver a siete de los más prominentes ciudadanos de la República libre de Florencia abandonar su situación privilegiada y de riqueza para seguir más fielmente los consejos evangélicos. Son ellos los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, cuya fiesta conmemoramos el día 17 de febrero.

De la riqueza a la pobreza de la vida religiosa


Con la intención de alabar más especialmente a la purísima Virgen María, algunos jóvenes del patriciado de Florencia —todos ellos comerciantes de lana, según parece— habían fundado una cofradía de laicos con el nombre de Laudenses. El día 15 de agosto de 1233, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, siete de sus miembros más destacados estaban reunidos en una capilla para cantar las glorias de la Santísima Virgen, cuando Ella se les apareció, recomendándoles que renuncien al mundo y se dediquen exclusivamente a Dios. Buonfiglio dei Monaldi (Bonfilio), Giovanni di Buonagiunta (Bonayunta), Bartolomeo degli Amidei (Amadeo), Ricovero dei Lippi-Ugguccioni (Hugo), Benedetto dell’Antella (Maneto), Gherardino di Sostegno (Sosteño), y Alesio de Falconieri (Alejo), los siete escogidos, vendieron así todos sus bienes, distribuyeron el producto a los pobres y, después de haber consultado al obispo de Florencia, Ardingo Foraboschi, se retiraron a una vieja casa en La Camarzia, en las afueras de la ciudad, junto a una ermita de la Virgen.

El día de la Epifanía de 1234, dos de ellos, Bonfilio y Alejo, salieron por primera vez a las calles para pedir limosna. Así fue que las bellas calles y plazas de la orgullosa Florencia comenzaron a presenciar este espectáculo no raro en aquellos tiempos de fe: dos miembros de opulentas familias, habiéndose despojado de todas las pompas y distinciones de su clase por amor de Dios, y vestidos con una pobre túnica, pidiendo pan de limosna para su diario sustento.

Lo más sorprendente fue que los niños, incluso a los de pecho, comenzaron a señalarlos con el dedo y a decir: “He ahí a los siervos de María”. Entre ellos estaba uno de cinco meses, que después sería San Felipe Benicio, futuro Superior General de la congregación naciente, y que la desarrollaría de tal forma que es considerado su octavo fundador.

A raíz de tal prodigio, el obispo Ardingo aconsejó a los religiosos no cambiar el nombre que les había sido dado tan milagrosamente. Así, hasta hoy son conocidos como los Siervos de María.

La Santísima Virgen les concede el hábito y las reglas


Los siete santos permanecieron un año en La Camarzia. Pero, como eran muy solicitados, resolvieron buscar un lugar más aislado para vivir, con la anuencia del obispo. Éste puso a su disposición un terreno junto al monte Senario, a dos leguas de Florencia. Allí construyeron un oratorio y, a su alrededor, pequeños cuartos de madera. Se entregaban a la oración y penitencia, viviendo de hierbas que nacían en las faldas del monte, meditando continuamente la Pasión de Cristo y las amarguras de María Santísima. Escogieron al mayor de ellos, Bonfilio, como superior. Él, viendo que no podrían vivir siempre así, incluso porque las hierbas escaseaban, mandó a la ciudad a Alejo y a Maneto, a fin de pedir limosnas para el sustento de la pequeña comunidad.

En el monte Senario, la Santísima Virgen 
se apareció a los siete fundadores, 
mostrándoles un hábito negro y recomendando 
que lo lleven en memoria de la Pasión de su Hijo 

Alejo Falconieri, hijo de uno de los principales miembros de la República —el más conocido de los siete fundadores— no quiso después, por humildad, recibir la ordenación sacerdotal cuando sus compañeros obtuvieron autorización para ello. En su larga vida de ciento diez años, permaneció siempre como hermano lego en la orden que había cofundado. Por más que quisiese librarse de las honras, su personalidad lo ponía en evidencia, y sería el más recordado cuando se hablase de los siete santos servitas.
En el monte Senario Nuestra Señora se volvió a aparecer a los siete fundadores, mostrándoles un hábito negro y recomendando que lo llevasen en memoria de la Pasión de su Hijo. Les dio también las reglas de San Agustín, que debían seguir, fundando así una nueva orden religiosa. Los siete santos hicieron los votos de obediencia, pobreza y castidad, y comenzaron a recibir candidatos. En memoria de esa aparición, que tuvo lugar el Viernes Santo del año 1239, los religiosos servitas acostumbraban hacer, en ese día, una ceremonia a la que llamaban Los funerales de Jesucristo. El Sábado Santo, otra que llamaban La coronación de la Santísima Virgen.

El fin particular de esta nueva orden era, primero, la santificación de sus miembros; y después, la de todos los hombres, a través de la devoción a la Madre de Dios, especialmente en su desolación durante la Pasión de su divino Hijo. Para eso los servitas predicaban misiones, tenían la cura de almas y enseñaban en instituciones superiores de educación.

2. San Antonio María Pucci

San Antonio María Pucci
(12 de enero)

Nació el año 1819 en la aldea de Poggiole, de la diócesis de Pistoya. A la edad de 22 años ingresó en nuestra Orden; recibida la ordenación de presbítero, fue enviado a Viareggio, donde vivió cuarenta y cinco años, hasta su muerte, ejerciendo de párroco. Fue nombrado prior conventual, luego provincial; desempeñó estos cargos, más que como superior, como un hermano que sirve y ayuda a los demás hermanos. Se dedicó plenamente al servicio de Dios y de nuestra Señora, y socorrió con generosa caridad a todos los fieles, en especial a los más necesitados. Murió el 12 de enero del año 1892. Fue canonizado por el papa Juan XXIII en el año 1962.

Oración
Dios nuestro, que hiciste admirable a san Antonio María en el servicio a la Madre de tu Hijo y en el ministerio pastoral, concédenos, con la ayuda de la santísima virgen, dedicar toda nuestra vida a la propagación del Reino de Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.

Del "Propio del Oficio de la Orden de los Siervos de María"


Entregado totalmente a Dios y al pueblo que le había sido confiado
Antonio María Pucci nació en la aldea de Pogiole, de la diócesis de Pistoya, en 1819. Hijo de familia numerosa y de padres muy virtuosos, en su adolescencia se distinguió por su piedad y dedicación al estudio. A la edad de dieciocho años, movido por su especial devoción a la santísima Virgen , ingresó en la Orden de los Siervos de María. Hizo el noviciado en Florencia y, terminado éste, estudió con asiduidad filosofía y teología en Monte Senario durante seis años.
Al año siguiente de la profesión solemne y de la ordenación sacerdotal, fue enviado a Viareggio como coadjutor de la parroquia de san Andrés, y al cabo de tres años fue nombrado párroco de esta parroquia, ministerio que desempeñó con toda fidelidad durante cuarenta y cinco años, hasta su muerte, dando ejemplo de una vida santa y llena de actividad pastoral, entregado totalmente a Dios y al pueblo que le había sido confiado. No obstante la intensidad de su apostolado, nunca desatendió el estudio, y así, obtuvo el grado de maestro en sagrada teología.
Durante varios años fue prior del convento de Viareggio y prior de la provincia toscana, cargos que ejerció con admirable prudencia y acierto, a pesar de las adversas circunstancias: el poder político y las leyes de la época eran hostiles a las órdenes religiosas y a los institutos de vida común.. En el desempeño de los cargos de prior conventual y provincial, recordando las palabras de san Agustín. Prefirió ser amado a ser temido por los frailes, feliz de servir con la caridad más que de dominar con el poder.
Se distinguió por la humildad, el riguroso dominio de la lengua, el trato habitual y familiar con Dios, el amor a la pobreza. Se hizo yodo para todos, a fin de ganar a todos para Cristo; buen pastor conocía personalmente a sus ovejas, las amaba como un padre y no dejaba nunca de ayudarlas con la predicación de la palabra de Dios y la luz de sus buenos consejos. Ayudaba siempre a los necesitados, ofreciéndoles incluso sus vestiduras; con razón fue llamado “padre de los pobres”. Como fiel ministro del sacramento de la penitencia, dedicaba cada día muchas horas al bien de las almas. Sus ocupaciones cotidianas eran trabajar por la conversión de los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas recibidas, extinguir los odios y enemistades, devolver la paz a las familias, asistir solícita y paternalmente a los enfermos y moribundos. La máxima prueba de caridad hacia el prójimo la dio con ocasión de una epidemia de cólera: durante dos años apenas se concedió descanso alguno y, sin velar por su salud, se consagró día y noche al cuidado de los afligidos y enfermos. El Señor le concedió varios carismas, principalmente el don de escrutar los corazones y el don de curación; algunas veces fue arrebatado en éxtasis y experimentó el fenómeno de las levitaciones.
Fundó en su parroquia y dirigió con notable prudencia un grupo de Hermanas Siervas de María, cuya finalidad era la educación cristiana de las jóvenes. Para fomentar la vida cristiana instituyó numerosas asociaciones para niños y jóvenes, para hombres y mujeres; promovió las conferencias de san Vicente de Paúl, recientemente introducidas en Italia desde Francia, e incrementó el apostolado a favor de las misiones.
Fue el primero que proyectó y llevó a cabo una “casa” en la costa marina para alojamiento y atención de los niños de endeble salud. En la realización de toda su obra pastoral fue sostenido y animado por su amor al santísimo Sacramento y a la Virgen de los Dolores, a quien consagró solemnemente su parroquia.
Finalmente, habiéndose privado de su manto en lo más crudo del invierno para cubrir a un pobre, fue víctima de una pulmonía. Pocos días después, el 12 de enero de 1892, confortado con los santos sacramentos, moría en olor de santidad con el duelo general de la ciudad, aun de los mismos enemigos de la Iglesia, que lamentaban la pérdida del “padre común”. Al iniciarse el Concilio Vaticano II, en 1952, fue canonizado por el papa Juan XXIII. El cuerpo de san Antonio María Pucci es venerado en la basílica de san Andrés de la ciudad de Viareggio, Italia.

3. San Peregrino Laziosi

San Peregrino Laziosi
(Protector contra las enfermedades de cáncer)
(4 de mayo)

Peregrino nació en Forlí hacia el año 1265. Siendo un joven de fogoso temperamento, junto con otros compañeros, arrojó de la ciudad con golpes e insultos a san Felipe Benicio que había intentado someter de nuevo a aquella población a la autoridad de la sede apostólica. Luego, arrepentido, pidió perdón a san Felipe y, más aún, inspirado por la gracia divina, ingresó en la Orden de los Siervos de María. Primero vivió en el convento de Siena y luego regresó a Forlí, en donde descolló por su vida de penitencia por lo cual fue curado milagrosamente de una gangrena en una pierna, y su gran caridad para con los pobres. Fue canonizado por el papa Benedicto XIII en el año de 1726.
Oración
Señor, Dios nuestro, que en san Peregrino nos has dado un ejemplo admirable de penitencia y de paciencia, concédenos que, a imitación suya, soportemos con valor las pruebas de la vida y luchemos con alegría para alcanzar el premio eterno. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración para pedir la curación...
Dirige tu mirada, oh Jesús,
Príncipe de la medicina y único Médico,
sobre quien está enfermo,

en especial por N...
Si tú quieres, puedes sanarlo
como sanaste al ciego, al leproso;
como sanaste a san Peregrino,
quien, lleno de confianza, se dirigía a ti,
que fuiste crucificado por nuestra salvación.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Cristo Médico
Cristo Médico:
te pedimos por intercesión de san Peregrino
que bajes una vez más a tocar y a sanar
as llagas y enfermedades
de nuestro hermano (a) N...
para que recupere la salud del cuerpo,
su espíritu se fortalezca:
su prueba se convierta en esperanza,
su debilidad en confianza,
su tribulación en paciencia
y su angustia en paz.
A ti la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Del "Propio del Oficio de la Orden de los Siervos de Maria"
Llevo en mi cuerpo la muerte de Jesús


En el año de 1283 san Felipe Benicio, entonces prior general de los Siervos de María, cuando trataba de conducir a los ciudadanos de Forlí. Sujetos a entredicho, a la obediencia de la Sede Apostólica, fue arrojado con golpes e insultos de aquella ciudad. Mientras san Felipe, como fiel imitador de Cristo, rogaba pos sus perseguidores, uno de ellos, un joven de dieciocho años y de distinguida familia, llamado Peregrino Laziosi, arrepentido, fue a pedirle humildemente perdón. El piadoso Padre lo recibió afablemente. Desde entonces, aquel joven empezó a despreciar las vanidades del mundo y a invocar con fervor a la Virgen para que le mostrara el camino de la salvación. No mucho tiempo después, favorecido por una especial iluminación de nuestra Señora, acudió al convento de los Siervos en Siena, en donde, después acudió al convento de los Siervos de Siena, en donde, después de vestir con gran devoción el habito de la Virgen, se entregó con ardor a su servicio. Allí, con la ayuda del beato Francisco de Siena, se fue ejercitando en el estilo de vida y normas de los Siervos de María.

Algunos años más tarde, fue enviado de nuevo a Forlí, Allí, lleno del amor de Dios y de nuestra Señora, se dedicaba sin tregua
a recitar salmos, himnos y oraciones, amén de la meditación de la palabra de Dios; su ardiente amor al prójimo lo impulsaba a socorrer a los pobres en sus necesidades, abriéndoles los tesoros de la caridad. Así, más de una vez plugo al Señor otorgar sus dones a los necesitados por intercesión del Santo. Se cuenta que san Peregrino, ante el desolador espectáculo de la escasez de víveres en Forlí y en toda la región de Romaña, multiplicó milagrosamente el vino y el trigo.
También se destacó Peregrino por su espíritu de penitencia: derramaba copiosas lágrimas al recordar sus pecados y se confesaba con frecuencia; mortificaba su cuerpo con toda clase de penitencias; rendido por el cansancio, se apoyaba en el escaño del coro o en una piedra; sorprendido por el sueño, no buscaba el lecho sino que se tendía en la tierra desnuda.
A consecuencia del tal rigor, cuando frisaba con los sesenta años, fue acometido por un voraz cáncer originado por una llaga varicosa que padecía en la pierna derecha.
El médico Pablo Salazio fue a visitar al paciente siervo de Dios y, con el consentimiento de la comunidad, determinó amputarle la pierna. Peregrino, la noche anterior a la operación, se arrastró hasta la sala capitular para orar ante un Crucifijo que allí había; entonces agotado por el cansancio, se quedó dormido; en el sueño le pareció ver a Jesús que bajaba de la cruz le sanaba la pierna. A la mañana siguiente, el medico se presentó para llevar a acabo la amputación, pero no encontró ninguna señal de la gangrena ni cicatrices del cáncer. Quedó atónito, y esparció por toda la ciudad la noticia de tan portentoso milagro. Tal prodigio contribuyó a acrecentar la veneración que todos sentían por Peregrino. Él por su parte, crecía cada día en perfección y en el deseo de los bienes celestiales. Finalmente, aquejado por una altísima fiebre, cuando se acercaba a los ochenta años, entregó su alma a Dios en el año 1345. Extraordinaria fue la afluencia de gente, de la ciudad y los alrededores, ante su féretro. Se cuenta que algunos enfermos obtuvieron la salud por intercesión de Peregrino.
Su cuerpo se conserva con gran veneración en la iglesia de los Siervos de Forlí. El papa Pablo V lo beatificó en el año 1607 y el papa Benedicto XIII lo canonizó en el año 1726.


4.Santa Juliana Falconieri 

Santa Juliana Falconieri

(19 de junio) 

Oriunda de Florencia, Juliana, atraída por la vida ejemplar de los primeros frailes Siervos de santa María, se consagró a Dios, dedicándose de lleno a la contemplación, a la penitencia y a las obras de caridad. Con razón hay que considerarla como una de aquellas piadosas mujeres que, viviendo en sus propias casas y vistiendo el hábito de las "Manteladas", adoptaban el estilo de vida de los Siervos. Juliana, de tal manera destacó entre este grupo de mujeres que, con el correr del tiempo, llegó a ser reconocida como "fundadora de la rama femenina" de la Orden. Se distinguió por su piedad mariana y especialmente por su enardecido amor a la Eucaristía. Murió alrededor del año 1341. Su cuerpo se venera en la basílica de la Anunciación de Florencia. Fue canonizada por el papa Clemente XII, en el año 1737.


Oración
Dios nuestro, que por medio de santa Juliana Falconieri, modelo de castidad y penitencia, hiciste florecer en la Orden de los Siervos de María una familia de vírgenes a ti consagradas haz que la Iglesia, esposa de Cristo, mantenga constantemente encendida la llama de la virginidad fecunda. Por Jesucristo nuestro Señor.



Del "Propio del Oficio de la Orden 
de los Sieros de Maria"
Iniciadora y modelo de las monjas y hermanas Siervas de María

Juliana nació en Florencia en el siglo XIII, cuando aún vivían algunos de los fundadores de nuestra Orden. Según se cuenta, pertenecía a la familia de los Falconieri.
En el siglo XV, fray Pablo Attavanti recogió las tradiciones orales acerca de la vida de la Santa florentina y las recopiló en dos escritos que llevan por título,Diálogo sobre el origen de la Orden y Cuaresmario. En ellos se narra que Juliana, siendo una joven de quince años, oyó a san Alejo que predicaba sobre el juicio final, y se inflamó de tal manera en el deseo de los bienes celestiales, que se entregó de lleno a la contemplación y al seguimiento de Cristo. Así pues, comenzó a frecuentar la incipiente familia de los Siervos y quedó tan hondamente admirada de su estilo de vida evangélico, que no dejó de implorar a la Reina del cielo y a sus padres hasta que logró vestir el hábito de los Siervos. En compañía de otras jóvenes piadosas mujeres que, incitadas por el mismo ideal de penitencia y caridad, buscaban una vida de mayor perfección, acudía habitualmente a la iglesia de los Siervos de Cafaggio, que se levantaba junto a las puertas de la ciudad; allí participaba en los divinos oficios, cantaba las alabanzas de al Virgen, María y servía a todos los hermanos, especialmente a los más pobres. Juliana fue un excelente modelo para sus compañeras que deseaban seguir más de cerca a Cristo, bajo la protección de la Virgen, por lo cual llegó a ser considerada como “iniciadora de las mojas y hermanas Siervas de María”, como leemos en el mencionado Cuaresmario.
Dio pruebas de ser fiel discípula de Jesús y de la Virgen, consiguiendo la victoria en su lucha contra el mundo, el demonio y la carne y, aunque era una delicada doncella, la firmeza de su virtud resplandeció ante la mirada de todos. Su santidad se hizo patente a través de signos prodigiosos, especialmente en la hora de su muerte. En efecto, cuando Juliana yacía extenuada a causa de los cilicios, vigilias, oraciones y ayunos, su estomago no podía retener alimento alguno; ella, en la imposibilidad de recibir el Viático, pese a que lo deseaba ardientemente, pidió con insistencia que le pusieran sobre el pecho el santísimo Sacramento. En la Edad Media se acostumbraba dar este consuelo a los enfermos que abrigaban el deseo de comulgar pero no podía hacerlo a causa de su dolencia; el rito iba acompañado de una oración en la cual el sacerdote pedía a Dios que santificara - mediante el Cuerpo de Cristo – el alma que había infundido en aquel cuerpo,. Juliana obtuvo la dicha de ese consuelo, y luego expiró dulcemente. Según una piadosa tradición la hostia consagrada desapareció de su pecho, como si hubiese penetrado milagrosamente en el cuerpo de Juliana. Sus restos reposan en la basílica de la Anunciación en Florencia, Italia. Fue canonizada por el papa Clemente XII, en el año de 1737.
Con el paso de los siglos, muchas mujeres han adoptado el género de vida de los frailes Siervos de santa María, como modelo del seguimiento de Cristo y de servicio a la Virgen. Algunas bien en su propia casa, otras en comunidad, tienen a santa Juliana, después de la Virgen, como maestra de vida espiritual y de actividad apostólica, y así, aunque esta Santa florentina nunca fundó ninguna congregación religiosa, la invocan y venera como “madre”.

5. San Felipe Benicio
San Felipe Benicio
(23 de agosto. Fiesta)

Felipe nació en Florencia a principios del siglo XIII. Ingresó en la Orden de los Siervos como hermano lego y, poco después, al descubrirse su sabiduría, fue ordenado sacerdote. En 1267 fue elegido Prior general, y ocupó ese cargo casi hasta la muerte. Gobernó la Orden con suma prudencia, la fortaleció con sabias leyes, y ante el inminente peligro de su extinción, la defendió con santa tenacidad. Ilustró a la Orden de los Siervos de María con la fama de sus virtudes y recibió en ella a muchos frailes que, como él destacaron por una vida evangélica y de fiel servicio a nuestra Señora. Con razón se le considera "Padre de la Orden". Murió en Todi el año 1285. El papa Clemente X lo canonizó en el 1671.
Oración

Dios nuestro, grandeza de los humildes, que por medio de san Felipe protegiste amorosamente a la Orden de los Siervos de María, la propagaste y le diste estabilidad con santas reglas, concédenos que, a imitación de tan insigne Padre, sirvamos fielmente a la Virgen Santísima y difundamos con ardor apostólico el Reino de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.


Del "Propio del Oficio de la Orden de los Siervos de Maria"
Una luz sobre el candelero de la Orden

Lo que sabemos de san Felipe Benicio lo debemos en gran parte a la Leyenda sobre el origen de la Orden y a la Leyenda de san Felipe, ambas escritos poco después del año 1317. Los historiadores de la Orden, aunque reconocen que en ellas figuran algunas “florecillas” del género hagiográfico, con todo otorgan a los dos escritos una especial autoridad, y a que nos trasmiten el testimonio ocular de los contemporáneos del Santo.

Felipe, de la familia de los Benizi, nació en Florencia a principios del siglo XIII, casi en el mismo tiempo en el que nacía la Orden de los Siervos de María. En su juventud se dedicó al estudio de la medicina y a la vez de las ciencias sagradas. Tanto ardía de amor a Dios que guardaba con esmero sus mandamientos, dominaba las pasiones, socorría a los pobres y se entregaba a la oración, principalmente a la recitación diaria del Oficio de la santísima Virgen. Hastiado de los goces de este mundo y con el vivo deseo de servir a Dios, el jueves de la octava de Pascua, mientras se hallaba en la iglesia de los Siervos de Florencia, oyó aquellas palabras de los Hechos de los Apóstoles que se leían en la liturgia del día: El Espíritu dijo a Felipe: “Adelántate y únete a esa carroza” (Hch 8, 29). Considerando que estas palaras iban dirigidas a él, determinó subirse a la carroza de la gloriosa Virgen ingresando en la Orden de sus Siervos, y obtuvo de fray Bonfilio, prior del convento de Florencia, ser admitido como fraile lego, a causa de su humildad. Pero quiso el Altísimo que, al ser descubierta su preparación cultural, recibiera, por obediencia, la ordenación sacerdotal.

El año 1267, estando reunido el capítulo en Florencia, fray Maneto renunció al cargo de Prior general, y en su lugar fue elegido san Felipe. Aunque el Santo se resistía a continuar, fue confirmado en el generalato a lo largo de dieciocho años, casi hasta su muerte. Como buen pastor y fiel siervo de María, gobernó sabiamente a la Orden de nuestra Señora y la hizo célebre con la fama de su santidad. Visitó con solicitud paternal los conventos de la Orden a pesar de que debía emprender penosos viajes. Estando en Arezzo, ciudad devastada por la guerra y la carestía, invocó a la santísima Virgen, Madre de sus Siervos, a favor de los frailes de aquel convento que se encontraban en necesidad; inopinadamente, en la puerta del convento fue hallada un cesto de pan con el que san Felipe abasteció a sus hermanos. Compiló, completó y promulgó las Constituciones emanadas por los capítulos anteriores. Cuando la Orden estaba destinada a la extinción por un decreto del segundo Concilio de Lion, san Felipe, con la asesoría de expertos y la colaboración de fray Lotaringo, defendió ante la Curia romana, con habilidad, la supervivencia de la Orden, y preparó el camino para su aprobación definitiva. Por todos estos motivos san Felipe es considerado con toda razón “Padre de la Orden.”.

Como buen imitador de los Apóstoles, trabajo con afán en la difusión de la palabra de Dios y en apaciguar las discordias civiles; logró que muchos pasaran del apego al mundo a una sincera vida cristiana, y a no pocos los levantó consigo hasta las cimas de la santidad. Curó a un leproso por el simple hecho de cubrirlo con su capa: por eso algunos cardenales, estando vacante la Sede Apostólica, impresionados por tal prodigio, lo señalaron como candidato al sumo pontificado. En la ciudad de Todo, el Santo logró con paternales amonestaciones y socorriéndolas con una suma de dinero, que dos prostitutas se abstuvieran, por amor de la Virgen Madre, de seguir pecando; después de que, contra toda esperanza, el Espíritu Santo las convirtiera, él las guió por el camino de la santidad.

En Todi, el año 1285, el día de la octava de la Asunción, habiendo recibido los santos sacramentos y confortado con la llegada del beato Ubaldo de Borgo Sansepolcro, después de exhortar a los frailes a la caridad, san Felipe murió abrazando el crucifijo, el libro viviente, del cual había aprendido el camino de la santidad. Su cuerpo, después de varios traslados, se venera actualmente en la iglesia de santa María de las Gracias de Todi. Fue canonizado por el papa Clemente X en el años 1671.

7.Santa Clelia Barbieri
Santa Clelia Barbieri
13 Julio 
(Fundadora de las Mínimas de la 
V. de los Dolores)


Nació en la localidad de Le Budrie, diócesis de Bolonia, el año 1847. Pasó su niñez y adolescencia en extrema pobreza. A los veinte años de edad, junto con tres compañeras, inició una agrupación con la finalidad de fomentar la educación cristiana de las niñas abandonadas por sus padres. Murió el año 1870, a los veintitrés años de edad. El papa Pablo VI la beatificó el año 1968. Fue proclamada santa por el papa Juan Pablo II el 9 de abril de 1989. Del pequeño grupo reunido en Le Budrie nació la Congregación de las Hermanas Mínimas de la Dolorosa.

Del "Propio del Oficio de la Orden de los Siervos de Maria"
Dios ha escogido lo débil del mundo

Clelia nació en Le Budrie, diócesis de Bolonia, el 13 de febrero de 1847, del piadoso matrimonio formado por José Barbieri y Jacinta Nanetti. Sus familiares se ganaban el pan con el trabajo de sus manos; la suma estrechez en que vivían era causa frecuente de enfermedades. Cuando Clelia tenía poco más de ocho años, su padre murió víctima de cólera.
Siendo muy pequeña, aprendió que su madre no sólo a coser e hilar, sino, por encima de todo, a amar a Dios y a vivir cristianamente. Con frecuencia le oían decir a su madre: “Háblame de Dios” o “?qué debo hacer para ser santa?”. Acudía a menudo a la iglesia para rezar y estudiaba con ahínco el catecismo. Era de temperamento humilde y dulce y de gran entereza de ánimo. Cuando tejía a sueldo ponía todo su empeño en hacer bien el trabajo y, si su madre le apremiaba para que fuera más deprisa, respondía: “Madre, este trabajo nos lo pagan, por eso debemos hacerlo lo mejor posible”.

Nutría su espíritu con piadosas lecturas, en especial con la Práctica del amor a Jesucristo de san Alfonso María de Ligorio y la Filotea de José Riva. Tuvo como director espiritual a don Cayetano Guidi, párroco de Le Budrie, quien con sus sabios consejos le ayudó a progresa en el amor a Dios y en el camino de perfección cristiana.

Impulsada por aquel celoso sacerdote y movida por su generosidad, concibió el deseo de dedicarse por entero con otras jóvenes del lugar, se entregó con gran empeño a servir a los pobres y a enseñar el catecismo a los niños. Los domingos, después de haber asistido a la celebración de las Vísperas, solía reunirse con tres compañeras para hablar de Dios. Poco a poco aquellas jóvenes concibieron el proyecto de hacer vida en común “Somos tan pobres –acostumbraba a decir Clelia- que en ningún instituto religioso nos admitirán. Decidámonos, pues, a hacer vida en común y a dedicarnos únicamente a Dios y al prójimo”.

Y así, el día 1 de mayo de 1864, las cuatro jóvenes, confiando solamente en Dios, se juntaron con una humilde morrada, llamada “la casa del maestro”, que dio lugar al Ritiro delle Budrie, que con razón es considerado como la cuna de la Congregación de las Hermanas Mínimas de la Virgen Dolorosa. Su misión principal era atender a las niñas huérfanas o abandonadas por sus padre, a las que educaban cristianamente y las preparaban al ejercicio de una profesión.

Poco después, mientras practicaban unos ejercicios espirituales, Clelia redactó una regla de vida comunitaria, basada completamente en la oración, el sacrificio, el trabajo y la caridad. Las hermanas eligieron como patronos de su pequeña comunidad a la Virgen de los Dolores, cuyo culto los Servos de María habían promovido en la diócesis de Bolonia, y a san Francisco de Paula, el más humilde de los humildes siervos de Dios, cuya ayuda imploraban sobre todo en los momentos difíciles.

Al frente del grupo el párroco Cayetano Guidi puso a Clelia, a la que Dios enriqueció con especiales carismas, como atestiguan el único escrito autógrafo que de ella poseemos: la carta a Jesús, mi dulce esposo.

Entretanto, a medida que Clelia avanzaba animosamente por el camino de la santidad, aparecieron en su frágil cuerpo los primeros síntomas de la tuberculosis. Estuvo postrada en cama durante siete meses, al cabo de los cuales, concretamente el 13 de julio de 1870, dijo: “!Ánimo! Yo me voy al cielo, pero estaré siempre con vosotras y nunca os dejaré”. Después de estas palabras, que fueron las últimas, murió en el Señor. En el primer aniversario de su muerte, como si quisiera cumplir su promesa, habiéndose reunido las hermanas en su habitación para orar, se oyó, en respuesta a sus plegarias, una vez que todas ellas identificaron como la de Clelia.

Del pequeño grupo congregado en Le Budrie nació la familia religiosa de las Hermanas Mínimas de la Virgen Dolorosa. El papa Juan Pablo II canonizó a Clelia el 9 de abril de 1989. Su cuerpo se venera en el oratorio de la primera casa de la Congregación.




miércoles, 1 de octubre de 2014

Quienes somos?

Siervos

 de María

(Orden Servita año 1233)


Ntra. Sra. De los Dolores entregando el
escapulario a los siete Santos Fundadores

La Orden de los frailes Siervos de María, surgida como expresión de vida    evangélico-apostólica, es una comunidad de hombres reunidos en el nombre del Señor Jesús.Movidos por el Espíritu Santo, nos comprometemos, como nuestros primeros Padres, a dar testimonio del Evangelio en comunión fraterna y a vivir al servicio de Dios y del hombre, inspirándonos constantemente en María, Madre y Sierva del Señor. 
(Constituciones capitulo 1)