domingo, 31 de mayo de 2015

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Domingo de la Santísima Trinidad

El “Domingo de la Santísima Trinidad” tiene lugar el domingo después de Pentecostés.

Esta fiesta comenzó a celebrarse hacia el año 1000, y fueron los monjes los que asignaron el domingo después de Pentecostés para su celebración. El Domingo de la Santísima Trinidad fue instituído relativamente tarde, pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra.

Celebrar esta solemnidad tiene sentido, puesto que por el Espíritu Santo llegamos a creer y a reconocer la Trinidad de personas en el único Dios verdadero. La Santísima Trinidad es ciertamente un misterio, pero un misterio en el cual nosotros estamos inmersos. Un océano que no podemos esperar abarcar en esta vida. 






sábado, 30 de mayo de 2015

Encuentro vocacional

Los días 30 y 31 de mayo se llevará a cabo en el convento Monte Senario (el Retiro-Antioquia) el encuentro vocacional del mes de mayo bajo el lema "la vocación de María y mi respuesta al Señor" desde ya encomendamos al Señor y a nuestra Señora el éxito de este proceso de discernimiento como Siervos de María...

Un Siervo enamorado de la Santísima Eucaristía...

Beato Santiago Felipe Bertoni 
 Nació en Celle de Monte Chiaro, de la diócesis de Faenza, el año 1454. Sus padres, en virtud de un voto que habían hecho, lo consagraron a Dios a la edad de nueve años en la Orden de los Siervos de María. Destacó por el espíritu de oración, por el fervor de la penitencia, por el amor a la sagrada Escritura y a las obras de los santos Padres. Ordenado de presbítero, dio pruebas de intensa espiritualidad en la celebración de los divinos misterios y de amor a la liturgia. Murió el año 1483. Su cuerpo se conserva en la catedral de Faenza. El papa Clemente XIII confirmó su culto el año 1761.

Oración
    Dios nuestro, que enriqueciste al beato Santiago Felipe con un gran conocimiento de la sagrada doctrina y le otorgaste el don de celebrar con fervor los divinos misterios, concédenos a nosotros una sed insaciable de ti, fuente única de sabiduría y amor.

De la “Vida del beato Santiago Felipe de Faenza”, escrita por Nicolás Borghese.
(Nn. 1-6.8Monumenta OSM., IV, pp. 64-66)
Se aplicaba con sumo interés al estudio de las enseñanzas evangélicas y de la sagrada Escritura
Santiago Felipe nació en Faenza de padres virtuosos y de modesta condición, llamados Miserino de la Cella y Dominga. Él antes de abrazar la vida religiosa, se llamaba Andrés. Acometido de ataques epilépticos a la edad de dos años, el padre hizo voto, si el hijo sanaba, de consagrarlo al Señor como fraile. Andrés desde tierna edad acudía con frecuencia a la iglesia. No se entregaba a los juegos y diversiones propios de su edad. Por temperamento fue más bien tímido y retraído y aficionado a la soledad.
En torno a los nueve  años, el padre, en cumplimiento de su voto, lo agregó a la Orden de los Siervos de la bienaventurada Virgen María. En esta nueva vida recibió el nombre de fray Santiago Felipe. Una vez iniciado en la vida religiosa, siendo aún niño, empezó a sobresalir por la obediencia y exacta observancia de la Regla; llegado a la edad adulta practicaba a menudo ayunos y vigilias. Se aplicaba con sumo interés al estudio de las enseñanzas evangélicas y de la sagrada Escritura. Parece que su alimento era la lectura asidua de la vida de los santos Padres y de los ejemplos de castidad, de obediencia, de humildad, de los santos. Desde muy joven se dedicó con tanto esmero a los estudios literarios, que logró comprender con facilidad y exactitud las obras de autores cristianos y latinos de más fama. Conocía a la perfección las ceremonias rituales de la Iglesia y de la Orden y las rúbricas del breviario, y las observaba cuidadosamente.
Cubrió algunos cargos conventuales con plena satisfacción de los frailes. Era, en efecto, de temperamento afable, manso y servicial. Nunca se le vio alterado o airado. Cuando alguien lo ofendía, soportaba con ánimo sereno las injurias; él, por su parte, nunca ofendía a nadie. Fue siempre parco en el hablar: no sólo evitaba las palabras inconvenientes, sino también las inútiles; si alguna vez conversando, escuchaba expresiones obscenas, se le ensombrecía el rostro, corregía al importuno con breve admonición , y se alejaba.
Ordenado sacerdote, celebraba los divinos misterios con devoción y veneración incomparables, hasta llegar a derramar lágrimas; ninguno como él contemplaba tan profundamente el misterio de la cruz cuando tenía entre las manos el Cuerpo de Cristo. Fue enemigo declarado del ocio, al que llamaba receptáculo de todos los vicios. Se reunía con los demás frailes para la celebración y el canto de la oración coral; el tiempo que le quedaba lo pasaba en la celda ocupado en la oración o en la  lectura; a veces recreaba su mente con trabajos manuales de bordado o taraceado: siempre estaba ocupado en algo. Paseaba por los corredores casi siempre solo, meditabundo y cabizbajo. Leía con avidez los libros sagrados y las obras de san Jerónimo, en especial se enfrascaba con la lectura del opúsculo [del Pseudo Eusebio] sobre la muerte de este santo. Llegó un momento en que ya sólo pensaba en las realidades eternas y se alimentaba más de las cosas celestiales que de los manjares corporales, puesto que comía una sola vez al día y se contentaba con un alimento parco y frugal; pero cuando lo llamaba el superior comía lo que estaba preparado para toda la comunidad. Los viernes, en memoria de la pasión del Señor, llevaba un cilicio y comía solo verduras.
Nada rehuía tanto como las alabanzas: […] aunque todos lo tenían en gran aprecio, fue más estimado de Dios que de los hombres. A ejemplo del Salvador, quiso ser tenido en nada y despreciado: lo que más deseaba en su interior era agradar a Dios, su Padre y creador, y seguir las huellas de nuestro Redentor. […]
Pasó los últimos días de su vida enfermo; ´le no lo decía, pero en su semblante se manifestaba su precario estado; en efecto, cuando le preguntaban cómo se encontraba, siempre respondía: “Bien, porque así lo quiere el Señor”. Nunca se impacientó ni se quejó, ni siquiera al afrontar la muerte, y esa conducta observó toda su vida. Aunque estaba enfermo, no guardaba cama, sino que iba de un lado para otro. La vigilia de su muerte asistió al coro con los demás frailes para el canto de maitines; el día anterior por la mañana había celebrado la misa. […]
La tarde anterior al día de su muerte visitó a cada uno de los frailes para pedirles humildemente perdón y para que lo recordaran en sus oraciones del días siguiente. Porque estaba convencido que se acercaba su fin.
A la edad de veinticinco años tornó victorioso a la patria celestial, el veinticinco de mayo hacía las tres de la tarde: era el domingo de la santísima Trinidad. Su estatura era algo más que mediana; era tan macilento que su piel estaba adherida a los huesos; tenía el rostro afilado, la nariz algo larga, los ojos hundidos, el cuello erguido, los dedos alargados; su tez era notablemente pálida.

jueves, 28 de mayo de 2015

TIEMPO ORDINARIO     
"Tempus per annum"    






  El misterio del Señor, que tiene su fundamento en la 
Pascua, llena todos los días de la historia de la Iglesia, «hasta que Él vuelva» (cf. 1Cor 11,26). Con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad entró en el tiempo. Y con su glorificación, Cristo introdujo al hombre temporal en la eternidad de Dios. Una vez que vino a nuestro encuentro, ya no se ha alejado de nosotros. La muerte de Cristo acabó con una forma de presencia, pero su resurrección y el don del Espíritu inauguraron otra, no menos real. Esto lleva a Benedicto XVI a afirmar que «Él permanece en la trama de la historia humana, está cerca de cada uno de nosotros y guía nuestro camino cristiano […] Podemos escuchar, ver y tocar al Señor Jesús en la Iglesia, especialmente mediante la Palabra y los sacramentos» (Reginacoeli, 16-05-2010). La Iglesia distribuye a lo largo del año litúrgico el anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos, plenamente consciente de que sus celebraciones no son solo recuerdo de acontecimientos salvíficos ocurridos en el pasado. Ni tampoco son solo promesa de gloriosas realidades futuras. En la liturgia, se hacen presentes el pasado y el futuro. Las celebraciones de la Iglesia son memoriales; es decir, que al mismo tiempo recuerdan acontecimientos pasados, prometen realidades futuras y actualizan sacramentalmente lo que celebran.
Cada uno de los tiempos «fuertes» (Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua) presenta unas características propias, muy claras: la esperanza en el regreso del Señor al final de los tiempos, para llevar su obra a plenitud, su encarnación, pasión, muerte y resurrección, culminada en el don del Espíritu. Esos tiempos litúrgicos llenan aproximadamente un tercio del año civil. Las semanas restantes son llamadas «Tempus per annum» en los documentos latinos, traducido en los españoles por «Tiempo Ordinario». La Iglesia las presenta así: «Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año, en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo; sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de Tiempo Ordinario […] Comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive; de nuevo comienza el lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras Vísperas del domingo I de Adviento» (Nualc 43-44).
Ya los antiguos sacramentarios recogían formularios para la celebración de la Eucaristía en los domingos que no caían dentro de los ciclos de la manifestación del Señor o de su pasión-glorificación. Con el pasar del tiempo, estos formularios se hicieron innecesarios, porque las memorias de los Santos y las celebraciones en sufragio de los difuntos fueron llenando todos los días del año.
La reforma litúrgica reorganizó completamente el Tiempo Ordinario, en el que se unificaron los antiguos tiempos de después de Epifanía y de después de Pentecostés, y al que también se incorporó el anterior tiempo de Septuagésima. La actual estructura del Tiempo Ordinario ofrece una gran riqueza de contenidos escriturísticos y teológicos. Los libros litúrgicos postconciliares establecen con claridad las características de este tiempo, en el que destacan algunas novedades respecto a épocas anteriores:
1. Los nuevos leccionarios (con su triple ciclo dominical y su doble ciclo ferial, anteriormente inexistentes). Con ellos se da respuesta a la petición del Vaticano II: «A fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura» (SC 51).
2. La nueva serie de prefacios (antes de la reforma, en las pocas ocasiones que no se celebraba la memoria de algún Santo, los domingos se repetía siempre el prefacio de la Santísima Trinidad y los días feriales un único prefacio común. Hoy disponemos de 10 dominicales y 9 feriales para el Tiempo Ordinario).
3. Los formularios de antífonas y oraciones (Además de las misas dominicales y de las votivas, se propone una rica serie de misas para diversas intenciones, con fórmulas de oración por la Iglesia, sus ministros, sus fieles y por su misión evangelizadora, así como por la sociedad civil y sus diversas necesidades).
Las normas universales del año litúrgico afirman que, en el Tiempo Ordinario, «no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo; sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud». Por lo tanto, el Tiempo Ordinario no celebra acontecimientos relacionados con Cristo, sino a Cristo mismo, que se hace presente cuando se reúnen los creyentes en su nombre, cumpliendo sus promesas: «Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20) y «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
La contemplación de las distintas etapas de la vida de Cristo, tal como se realiza en los otros tiempos del año litúrgico, tiene un profundo sentido pedagógico. La celebración de sus «misterios» ayuda a conocerle mejor y a descubrir la insondable riqueza presente en cada uno de ellos. Pero no podemos olvidar la profunda relación entre todos, que son la realización histórica del eterno proyecto salvador de Dios, que alcanza su plenitud en la Pascua. Al evocar algunos acontecimientos de la historia de Cristo, tampoco podemos caer en el error de pensar que es un personaje del pasado. El Tiempo Ordinario subraya que Él está vivo y se hace presente para ofrecer su salvación a cada hombre, en todo tiempo y lugar, invitando a acogerle y a seguirle en la vida concreta.
Esta idea ya la encontramos en la primera oración del año litúrgico, que dice así: «Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador». No está escrita en tiempo pasado (Dios «vino») ni en futuro (Dios «vendrá»), sino al presente (Dios «viene»). Y viene como Salvador, para hacernos partícipes de su misma vida. Esto sucede, de manera privilegiada, en la liturgia. Consciente de ello, la Iglesia, «al conmemorar los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (SC 102).
La Iglesia hace presente el misterio de Cristo en la liturgia por medio de la lectura de la Sagrada Escritura y la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía dominical.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

domingo, 17 de mayo de 2015

Novena de Pentecostés

LA NOVENA QUE TODOS DEBEMOS HACER

El Viernes 16 de mayo la Iglesia gozosa por la celebración de la Pascua del Señor se prepara para recibir el don del Espíritu Santo con la Novena de Pentecostés, la cual podemos designar como la mas antigua de la Iglesia pues fue el mismo Cristo quien invito a los apóstoles a velar en oración para recibir al gran consolador de las almas,de allí su importancia la cual s.s. León XXIII ratifica  en su encíclica "DIVINUM ILUD MUNUS" sobre la presencia y  virtud admirable del Espíritu Santo, nos dice el papa en el numeral 16 de dicho documento eclesial:
"Ved, venerables hermanos, los avisos y exhortaciones nuestras sobre la devoción al Espíritu Santo, y no dudamos que por virtud principalmente de vuestro trabajo y solicitud, se han de producir saludables frutos en el pueblo cristiano. Cierto que jamás faltará nuestra obra en cosa de tan gran importancia; más aún, tenemos la intención de fomentar ese tan hermoso sentimiento de piedad por aquellos modos que juzgaremos más convenientes a tal fin. Entre tanto, puesto que Nos, hace ahora dos años, por medio del breve Provida Matris, recomendamos a los católicos para la solemnidad de Pentecostés algunas especiales oraciones a fin de suplicar por el cumplimiento de la unidad cristiana, nos place ahora añadir aquí algo más. Decretamos, por lo tanto, y mandamos que en todo el mundo católico en este año, y siempre en lo por venir, a la fiesta de Pentecostés preceda la novena en todas las iglesias parroquiales y también aun en los demás templos y oratorios, a juicio de los Ordinarios.

Concedemos la indulgencia de siete años y otras tantas cuarentenas por cada día a todos los que asistieren a la novena y oraren según nuestra intención, además de la indulgencia plenaria en un día de la novena, o en la fiesta de Pentecostés y aun dentro de la octava, siempre que confesados y comulgados oraren según nuestra intención. Queremos igualmente también que gocen de tales beneficios todos aquellos que, legítimamente impedidos, no puedan asistir a dichos cultos públicos, y ello aun en los lugares donde no pudieren celebrarse cómodamente —a juicio del Ordinario— en el templo, con tal que privadamente hagan la novena y cumplan las demás obras y condiciones prescritas. Y nos place añadir del tesoro de la Iglesia que puedan lucrar nuevamente una y otra indulgencia todos los que en privado o en público renueven según su propia devoción algunas oraciones al Espíritu Santo cada día de la octava de Pentecostés hasta la fiesta inclusive de la Santísima Trinidad, siempre que cumplan las demás condiciones arriba indicadas. Todas estas indulgencias son aplicables también aun a las benditas almas del Purgatorio"

La invitación pues queridos hermanos y familia servita es a unirnos a la Iglesia en estos días de preparación y a la vigilia que precede a esta gran solemnidad para vivir con intensidad este Pentecostés 2015








martes, 12 de mayo de 2015

Dos grandes Siervos de María para la memoria 
de la Iglesia y de la orden 

Beato Juan Benincasa,religioso 
(11 de mayo)

Del oficio de lectura propio del santo  
Se retiro a la soledad para gozar 
de la intimidad con el Señor
Benincasa nació con toda probabilidad en Montepulciano en torno al año 1375. Siendo adolescente, vistió el habito de los Siervos de María. A la edad de veinticinco años se retiró a una gruta del Monte Amiata, situada en el territorio de Siena, cerca del lugar en donde - según se cuenta- vivió por un tiempo entregado a la oración san Felipe Benicio.
Benincasa sobresale entre aquellos hombres que el Espíritu Santo ha suscitado confrecuencia en la Orden de los Siervos de María, y que, entregados a la contemplación, han tenido un amor especial por la soledad y el silencio.
Fray Miguel Poccianti, quien en el siglo XVII escribió la Crónica de la Orden de la bienaventurada Virgen María, al narrar la vida del beato Benincasa, dice, entre otras cosas: «Si lo asaltaba el espíritu de fornicación, oraba a Dios, no para que lo apartara de la lucha, sino para que lo fortaleciera. Si enfermaba, no permitía que nadie se le acercara, diciendo: "Es un fuego que se me ha puesto para quitarme la herrumbre". Si la gente que lo visitaba le daba limosna, no la admitía, porque le bastaba para vivir sólo un poco de pan y agua, y decía: "Nuestro adversario es vencido con mayor facilidad por aquellos que no tienen nada". Más aun, a aquellos que le ofrecían lo necesario para su sustento, les daba algún objeto elaborado con sus propias manos». Con tales palabras, prescindiendo del estilo ampuloso que emplea el hagiógrafo, podemos representarnos una viva imagen del hombre que vivió en soledad, entregado a la oración y a la penitencia, y ganándose el frugal alimento con el trabajo de sus manos.
El año 1426, a los cincuenta años de edad, Benincasa subía al reino celestial. Su cuerpo recibió honrosa sepultura en la ciudad de Monticchiello, no muy distante de la gruta donde el Beato había vivido, en una iglesia dedicada a san Martin; junto a ella el pueblo, en señal de gratitud, levantó un convento para los Siervos. Los restos del beato Benincasa, después de muchas vicisitudes, se guardan y veneran actualmente en la iglesia parroquial de san Leonardo. El papa PíoVIII, en el año 1829, con su autoridad apostólica confirmó el culto de este Beato.







Beato Francisco de Siena, sacerdote 
(12 de mayo

Del oficio de lectura propio del santo  
 El beato Francisco nació en Siena el año 1266. Su piadosos padres fueron Arrighetto y Raynaldesca. Según leemos en un escrito de fray Cristóbal de Parma, que fue su compañero y padre espiritual, Francisco siendo de corta edad, acudía con frecuencia a la iglesia y escuchaba asiduamente la palabra de Dios. Embriagado por la elocuencia de fray Ambrosio Sansedonio, predicador insigne, e impresionado por sus palabras, con las que en otro tiempo había ensalzado con gran fervor las excelencias de la vida solitaria y dedicada a la oración, determinó retirarse a vivir en soledad. Pero lo retuvo el amor a su madre, que estaba ciega, y a quien cuidó con gran cariño. Al morir ésta, cuando él tenía veintidós años y con la posibilidad de realizar su ardiente deseo de vida eremítica, le pareció oír una voz interior que le sugería: “El mal no está en el trato con los hombres, sino en la imitación de sus vicios” y que Dios vería con agrado que se dedicara, con la palabra y el ejemplo, a conducir a los hombres por el camino del bien. Entonces él, que ya desde la niñez había elegido a “la gloriosa Virgen como especial Madre y señora” y le había profesado siempre una gran reverencia, tanto en el alma como en el cuerpo, pidió y fue admitido en la Orden de los Siervos de santa María.
En el trato fraterno, aumentaron aún aquellas virtudes que habían adornado el alma de Francisco cuando vivía en el mundo: la caridad para con todos, el amor a la penitencia y a la pobreza, la humildad de corazón, la guarda de la castidad, la paciencia en las adversidades, la filial devoción a la santísima Virgen, a la que llamaba Señora y a la que invocaba con mucha frecuencia por su dulcísimo nombre.
Ordenado sacerdote, mostró un gran amor a la Eucaristía, y así, cuando celebraba, se le veía tan inundado de gozo y alegría que “cualquiera hubiese creído – dice su biógrafo – que vía sin el velo de los sacramentos a Cristo glorioso encarnado”. Tuvo un particular interés en explicar la palabra de Dios, y, para hacerlo con más eficacia, se preparaba más con la oración que con los libros, ya que estaba persuadido de que no la erudición sino la unción, no la ciencia sino la conciencia, no los escritos sino la caridad enseñan la verdadera teología.
Era tanta su entrega en la celebración del sacramento de la penitencia, en el dar saludables consejos, en el apaciguar las discordias, en ayudar a los necesitados, en atender a los enfermos, que acudían a él hombres y mujeres de toda edad y condición.
 A la edad de sesenta y tres años, poco antes de la solemnidad de la Ascensión del Señor, presintió que se acercaba la hora de su muerte. Entonces, como el que se dispone a emprender un viaje, dispuso en orden a sus libros y enseres personales, visitó y bendijo a sus hijos espirituales. La vigilia de la Ascensión quiso comer con la comunidad, en señal de fraternidad y de despedida.
El día de la Ascensión – según refiere fray Cristóbal de Parma – purificó su alma con el sacramento de la penitencia; luego, aunque estaba casi extenuado, celebró la santa misa y con el permiso del prior se puso en camino hacia el pueblo de Prisciano, situado en las inmediaciones de Siena, para predicar allí la palabra de Dios. El biógrafo citado parece haber querido expresar el sentido y la índole de toda la vida del beato Francisco, al representarlo, a punto de morir, cumpliendo en el camino un deber de reverencia para con la Virgen: “Salió al encuentro del siervo de Dios una mujer desconocida, la cual, desde una casa de campo se le aproximó con un ramo de rosas, y le dijo: ‘Fray Francisco, aceptad estas rosas’. El siervo de Dios las recibió de buen grado de sus manos y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, las llevó a una imagen de la Virgen gloriosa que estaba pintada en una ermita que allí había y , habiendo comenzado la salutación angélica, poco a poco hincó en tierra la rodilla derecha y a continuación se desplomó todo él por el lado derecho, ofreciéndose a sí mismo, como flor y lirio, él que era virgen, a la Virgen, en la inminencia de su muerte”.
Francisco fue llevado medio muerto al convento y allí, en presencia de los frailes, expiró, el 26 de mayo de 1328. Su cuerpo fue sepultado con honor en la basílica de Santa María de los Siervos en Siena. Benedicto XIV confirmó su culto el año 1743.




En este mes de nuestra Señora le pedimos a estos insignes varones que intercedan por la Iglesia,por la orde y por todos quienes buscando imitar sus virtudes nos confiamos a sus plegarias. Saludos a todos nuestros amigos y amigas Dios les bendiga...