Dos grandes Siervos de María para la memoria
de la Iglesia y de la orden
Beato Juan Benincasa,religioso
(11 de mayo)
Del oficio de lectura propio del santo
Se retiro a la soledad para gozar
de la intimidad con el Señor
Benincasa nació con toda probabilidad en Montepulciano en torno al año 1375. Siendo adolescente, vistió el habito de los Siervos de María. A la edad de veinticinco años se retiró a una gruta del Monte Amiata, situada en el territorio de Siena, cerca del lugar en donde - según se cuenta- vivió por un tiempo entregado a la oración san Felipe Benicio.
Benincasa sobresale entre aquellos hombres que el Espíritu Santo ha suscitado confrecuencia en la Orden de los Siervos de María, y que, entregados a la contemplación, han tenido un amor especial por la soledad y el silencio.
Fray Miguel Poccianti, quien en el siglo XVII escribió la Crónica de la Orden de la bienaventurada Virgen María, al narrar la vida del beato Benincasa, dice, entre otras cosas: «Si lo asaltaba el espíritu de fornicación, oraba a Dios, no para que lo apartara de la lucha, sino para que lo fortaleciera. Si enfermaba, no permitía que nadie se le acercara, diciendo: "Es un fuego que se me ha puesto para quitarme la herrumbre". Si la gente que lo visitaba le daba limosna, no la admitía, porque le bastaba para vivir sólo un poco de pan y agua, y decía: "Nuestro adversario es vencido con mayor facilidad por aquellos que no tienen nada". Más aun, a aquellos que le ofrecían lo necesario para su sustento, les daba algún objeto elaborado con sus propias manos». Con tales palabras, prescindiendo del estilo ampuloso que emplea el hagiógrafo, podemos representarnos una viva imagen del hombre que vivió en soledad, entregado a la oración y a la penitencia, y ganándose el frugal alimento con el trabajo de sus manos.
El año 1426, a los cincuenta años de edad, Benincasa subía al reino celestial. Su cuerpo recibió honrosa sepultura en la ciudad de Monticchiello, no muy distante de la gruta donde el Beato había vivido, en una iglesia dedicada a san Martin; junto a ella el pueblo, en señal de gratitud, levantó un convento para los Siervos. Los restos del beato Benincasa, después de muchas vicisitudes, se guardan y veneran actualmente en la iglesia parroquial de san Leonardo. El papa PíoVIII, en el año 1829, con su autoridad apostólica confirmó el culto de este Beato.
Beato Francisco de Siena, sacerdote
(12 de mayo
Del oficio de lectura propio del santo
El beato Francisco nació en Siena el año 1266. Su piadosos padres fueron Arrighetto y Raynaldesca. Según leemos en un escrito de fray Cristóbal de Parma, que fue su compañero y padre espiritual, Francisco siendo de corta edad, acudía con frecuencia a la iglesia y escuchaba asiduamente la palabra de Dios. Embriagado por la elocuencia de fray Ambrosio Sansedonio, predicador insigne, e impresionado por sus palabras, con las que en otro tiempo había ensalzado con gran fervor las excelencias de la vida solitaria y dedicada a la oración, determinó retirarse a vivir en soledad. Pero lo retuvo el amor a su madre, que estaba ciega, y a quien cuidó con gran cariño. Al morir ésta, cuando él tenía veintidós años y con la posibilidad de realizar su ardiente deseo de vida eremítica, le pareció oír una voz interior que le sugería: “El mal no está en el trato con los hombres, sino en la imitación de sus vicios” y que Dios vería con agrado que se dedicara, con la palabra y el ejemplo, a conducir a los hombres por el camino del bien. Entonces él, que ya desde la niñez había elegido a “la gloriosa Virgen como especial Madre y señora” y le había profesado siempre una gran reverencia, tanto en el alma como en el cuerpo, pidió y fue admitido en la Orden de los Siervos de santa María.
En el trato fraterno, aumentaron aún aquellas virtudes que habían adornado el alma de Francisco cuando vivía en el mundo: la caridad para con todos, el amor a la penitencia y a la pobreza, la humildad de corazón, la guarda de la castidad, la paciencia en las adversidades, la filial devoción a la santísima Virgen, a la que llamaba Señora y a la que invocaba con mucha frecuencia por su dulcísimo nombre.
Ordenado sacerdote, mostró un gran amor a la Eucaristía, y así, cuando celebraba, se le veía tan inundado de gozo y alegría que “cualquiera hubiese creído – dice su biógrafo – que vía sin el velo de los sacramentos a Cristo glorioso encarnado”. Tuvo un particular interés en explicar la palabra de Dios, y, para hacerlo con más eficacia, se preparaba más con la oración que con los libros, ya que estaba persuadido de que no la erudición sino la unción, no la ciencia sino la conciencia, no los escritos sino la caridad enseñan la verdadera teología.
Era tanta su entrega en la celebración del sacramento de la penitencia, en el dar saludables consejos, en el apaciguar las discordias, en ayudar a los necesitados, en atender a los enfermos, que acudían a él hombres y mujeres de toda edad y condición.
A la edad de sesenta y tres años, poco antes de la solemnidad de la Ascensión del Señor, presintió que se acercaba la hora de su muerte. Entonces, como el que se dispone a emprender un viaje, dispuso en orden a sus libros y enseres personales, visitó y bendijo a sus hijos espirituales. La vigilia de la Ascensión quiso comer con la comunidad, en señal de fraternidad y de despedida.
El día de la Ascensión – según refiere fray Cristóbal de Parma – purificó su alma con el sacramento de la penitencia; luego, aunque estaba casi extenuado, celebró la santa misa y con el permiso del prior se puso en camino hacia el pueblo de Prisciano, situado en las inmediaciones de Siena, para predicar allí la palabra de Dios. El biógrafo citado parece haber querido expresar el sentido y la índole de toda la vida del beato Francisco, al representarlo, a punto de morir, cumpliendo en el camino un deber de reverencia para con la Virgen: “Salió al encuentro del siervo de Dios una mujer desconocida, la cual, desde una casa de campo se le aproximó con un ramo de rosas, y le dijo: ‘Fray Francisco, aceptad estas rosas’. El siervo de Dios las recibió de buen grado de sus manos y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, las llevó a una imagen de la Virgen gloriosa que estaba pintada en una ermita que allí había y , habiendo comenzado la salutación angélica, poco a poco hincó en tierra la rodilla derecha y a continuación se desplomó todo él por el lado derecho, ofreciéndose a sí mismo, como flor y lirio, él que era virgen, a la Virgen, en la inminencia de su muerte”.
Francisco fue llevado medio muerto al convento y allí, en presencia de los frailes, expiró, el 26 de mayo de 1328. Su cuerpo fue sepultado con honor en la basílica de Santa María de los Siervos en Siena. Benedicto XIV confirmó su culto el año 1743.
En este mes de nuestra Señora le pedimos a estos insignes varones que intercedan por la Iglesia,por la orde y por todos quienes buscando imitar sus virtudes nos confiamos a sus plegarias. Saludos a todos nuestros amigos y amigas Dios les bendiga...
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